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Unidad de Habla

Mindfulness y tartamudez

Un trastorno de tartamudez se asocia con muchos problemas, además de la interrupción del habla, como son los factores emocionales involucrados en la vida diaria de la persona que tartamudea, corriendo el riesgo de cumplir con los criterios para el trastorno de pánico, la fobia social y el trastorno de ansiedad generalizada; por ello su calidad de vida y funcionamiento social y emocional se ven afectados.

Autor: Unidad de Habla

                              Extraído de:
                              “Efectividad a largo plazo de un programa de intervención basada en la atención plena (MBI) para la tartamudez: un estudio de caso” Jennifer E Moreno-Jiménez, Raquel Rodríguez-Carvajal, Carlos Garcia-Rubio,                                      
Ruth Castillo-Gualda, Ignacio Montero
                              a Universidad Autónoma de Madrid, España
                              b Universidad Camilo José Cela, Madrid, España

                            La tartamudez es un trastorno de la comunicación cuyos síntomas primarios son disfluencias e interrupciones involuntarias en el flujo normal del habla. Las personas que tartamudean saben exactamente lo que les                                    gustaría decir, pero encuentran dificultades para producir un flujo normal del habla. Los hallazgos apoyan que la tartamudez tiene una etiología compleja y heterogénea que va desde la predisposición genética, hasta                                 factores psicosociales relacionados con la tendencia a reaccionar ansiosamente ante situaciones o personas novedosas o con la actitud negativa de los padres u oyentes hacia el habla, que se centran especialmente en                                  las disfluencias involuntarias o el estrés.

                           Los primeros síntomas de la tartamudez generalmente aparecen alrededor de los 2 y 4 años de edad, cuando el niño comienza a usar un lenguaje conectado,  formas lingüísticas más largas y oraciones más complejas.                                Generalmente, en la mayoría de los casos ocurre espontáneamente una recuperación después de un año desde los primeros síntomas, sin embargo, si el problema persiste, la probabilidad de tartamudez aumenta, lo                                   que lleva a varias dificultades en entornos sociales, académicos y laborales más adelante. Vinculados a la tartamudez, los signos de estrés se manifiestan a través de la tensión facial (por ejemplo, el cierre de los ojos)                                  y/o la tensión en los articuladores del habla (por ejemplo, mandíbula y labios). Además, una ansiedad de alto nivel puede causar la aparición de miedo a la tartamudez en público, comportamientos de evitación y un                                  conjunto de pensamientos negativos relacionados con dificultades en la expresión. La persona que tartamudea a menudo es capaz de anticipar la burla o discriminación que sufrirá e incluso puede evitar cualquier                                      situación en la que su tartamudez se haga evidente. Esta evitación conduce a una falta de habilidades sociales y tiene un profundo impacto en las relaciones que podrían aumentar los sentimientos negativos como                                        la frustración o la vergüenza y la baja autoestima.

 

Con respecto a los tratamientos actuales para la tartamudez, diversos hallazgos sugieren que incluso si la terapia mejora la fluidez del habla, existe una gran probabilidad de sufrir una recaída cuando finaliza el tratamiento. Otros hallazgos sugieren que el manejo cognitivo y emocional se relaciona con menos recaídas, en comparación con aquellos que no habían sido tratados con ningún tipo de intervención psicológica. Por lo tanto, ha habido un mayor interés en agregar factores como el manejo cognitivo y afectivo en la terapia cognitivo-conductual (TCC), debido a la necesidad de mantener los beneficios esperados a largo plazo. Menzies, R. G., Onslow, M., Packman, A., & O'Brian, S. (2009) examinaron el efecto de la TCC sobre la ansiedad y la tartamudez. Concluyeron que la TCC puede mejorar el funcionamiento psicosocial (por ejemplo, disminución de los comportamientos de evitación y síntomas de ansiedad), pero no la fluidez del habla cuando estos tratamientos son un suplemento en los tratamientos de reestructuración del habla; en muchos casos, las personas que tartamudean experimentan sentimientos de vergüenza debido a las técnicas de control del habla.

Debido a estas reacciones negativas a las técnicas de control, surgen otro tipo de intervenciones llamadas “terapias de tercera generación”, que provienen de las prácticas orientales y las ciencias contextuales del comportamiento, y se centran en la conciencia, la aceptación y la comprensión del contexto de los pensamientos y las emociones en lugar de controlarlos y cambiar su contenido.

Dentro de estas terapias, las intervenciones de atención plena podrían ayudar a lograr estos objetivos. La práctica de la atención plena ayuda al individuo a observar y aceptar los pensamientos, sentimientos y emociones que surgen como fenómenos de la mente. La persona toma conciencia de sus procesos mentales privados y automáticos, no dando credibilidad automáticamente. Los hallazgos previos en intervenciones de atención plena para la tartamudez respaldaron que agregar ejercicios de atención plena (por ejemplo, conciencia en las actividades diarias, ejercicios de respiración, escaneo corporal, cambiar la relación con los pensamientos) son útiles para un tratamiento efectivo del habla, aunque se necesita más investigación en esta línea. La aplicación de estas técnicas de Mindfulness (MBI), ha mostrado mejoras en cuanto al estrés y la ansiedad relacionados con las situaciones del habla, vinculadas a una actitud más positiva hacia estos escenarios de habla ansiosa. Además, investigaciones anteriores señalaron que la intervención de TCC más MBI es más efectiva que la TCC sola en el manejo exitoso de los aspectos conductuales y emocionales en casos de tartamudez.


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