El Trastorno del Espectro Autista (TEA) se caracteriza principalmente por alteraciones en dos áreas clave: la comunicación social y los patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses y actividades (American Psychiatric Association, 2013). Aunque estos patrones de comportamiento suelen captar más atención, algunos niños con TEA también pueden enfrentar desafíos sensoriales que es crucial conocer para garantizar una intervención adecuada.
Las dificultades sensoriales en personas con TEA pueden llevarlas a evitar ciertos estímulos o a buscar otros, lo que puede afectar tanto su comportamiento social como su bienestar emocional. Algunas personas pueden experimentar una necesidad de mayor estimulación sensorial (hiposensibilidad), lo que a veces se confunde con problemas de conducta, ya que la búsqueda de estímulos incrementa su nivel de alerta y atención. Un buscador sensorial puede, por ejemplo, pararse muy cerca al hablar, disfrutar de saltar, chocar objetos o hacer ruidos fuertes.
En el otro extremo, quienes evitan ciertos estímulos (hipersensibilidad) debido a que los perciben con una intensidad mucho mayor que la mayoría de personas, pueden mostrar reacciones muy fuertes ante estímulos sensoriales comunes en su entorno. Sonidos que para la mayoría son apenas perceptibles pueden resultar dolorosos o abrumadores para alguien con hipersensibilidad auditiva. De manera similar, texturas suaves pueden sentirse extremadamente ásperas o incómodas para alguien con hipersensibilidad táctil.
La teoría de la integración sensorial, desarrollada por A. Jean Ayres, describe la capacidad de las personas para procesar y organizar las sensaciones que reciben a través de los sentidos. Los estímulos son recibidos por el sistema nervioso, donde se interpretan y utilizan para generar respuestas adaptativas apropiadas. Cuando este proceso de integración sensorial no funciona adecuadamente, la persona puede tener dificultades para responder de manera apropiada a los estímulos del entorno cotidiano.
Los patrones de respuesta sensorial atípicos pueden impactar significativamente el desarrollo de conductas funcionales esenciales para la plena participación en actividades diarias. Por ejemplo, un niño con hipersensibilidad al ruido puede evitar ambientes ruidosos, limitando sus oportunidades de aprendizaje y socialización. En contraste, un adulto con hiposensibilidad al tacto puede no ser consciente de lesiones o de la temperatura adecuada del agua, lo que podría comprometer su seguridad y bienestar.
Es esencial identificar el perfil sensorial de las personas con TEA durante el proceso de evaluación para diseñar una intervención adecuada. Además, los entornos deben adaptarse para minimizar la sobrecarga sensorial, evitando especialmente estímulos visuales, auditivos y otros que puedan distraer o abrumar durante sesiones terapéuticas, educativas o recreativas. Esto favorecerá la concentración y creará un ambiente más propicio para el aprendizaje y la participación activa.
La intervención debe ser multidisciplinaria y colaborativa, involucrando a profesionales de salud y educación, como fisioterapeutas, médicos, psicólogos, terapeutas ocupacionales, entre otros. Cada especialista aporta su conocimiento para abordar las variadas necesidades de esta población. Por ejemplo, un terapeuta ocupacional puede enfocarse en mejorar la integración sensorial y las habilidades motoras finas, mientras que un psicólogo puede ofrecer apoyo emocional y conductual mediante técnicas como la desensibilización sistemática, que incluye la identificación de los estímulos problemáticos, su jerarquización, el establecimiento de objetivos, la exposición gradual y controlada, así como la adaptación del entorno, además de la educación y el apoyo a la familia.
Un enfoque integral y multidisciplinario optimizará los resultados de la intervención y garantizará que se aborden todos los aspectos del desarrollo y bienestar de la persona con TEA. Además, la colaboración entre profesionales facilitará la implementación de estrategias coherentes y complementarias, las cuales podrán ajustarse según las necesidades individuales de cada niño.
Reconocer las necesidades sensoriales desde la evaluación y abordarlas con una intervención especializada es fundamental para asegurar el desarrollo y la participación de las personas con TEA en sus actividades y entornos diarios, mejorando así su calidad de vida y fomentando su independencia.
Bibliografía