Ana tiene 5 años, al hablar repite algunas sílabas y algunas veces le sale así: “Ma ma ma mamá, ¿me ayudas? No obstante, es una niña muy conversadora y tiene muchos amigos. Juan ya cumplió los 10 años y al hablar prolonga algunos sonidos con tensión, que sería algo como: “A___yer vi mi serie favorita”. Actualmente, se está incomodando con su modo de hablar y prefiere hablar menos con otros niños porque siente vergüenza. Alberto, por su parte, es un joven de 21 años, que al estar en situaciones de tensión se bloquea; no le salen las palabras, entonces las sustituye por otras.
Todos los casos mencionados son de tartamudez. Tartamudear no es solo repetir sonidos o sílabas, sino que hay diferentes formas de tartamudear; cada persona que tartamudea lo hace de una manera única y diferente. Más aun, hay aspectos invisibles de la tartamudez: pensamientos y sentimientos que solo lo puede experimentar quien tartamudea y que otros no lo pueden ver.
Entonces, ¿qué se puede hacer como padre de familia, maestro, familiar o amigo de una persona que tartamudea? Podemos ser empáticos e intentar saber qué es lo que experimenta. Acá te dejamos algunos aspectos a considerar:
La tartamudez genera una sensación de “pérdida de control” (Yaruss, 2019). La persona sabe lo que quiere decir, pero en el momento que va a hablar la palabra no fluye y reacciona poniendo tensión principalmente en los músculos de la cara llegando a realizar movimientos asociados durante el tartamudeo tales como: apretar los labios, cerrar los ojos, mover la cabeza, entre otros; los cuales dificultan más su comunicación.
La tartamudez también genera “pensamientos y sentimientos negativos”. La mejor analogía es la del iceberg de la tartamudez de Sheehan (fig. 1). En la punta que sobresale, se observan las conductas típicas de la tartamudez: bloqueos, repeticiones de sonidos o sílabas, prolongamientos y movimientos asociados al habla. En la parte inferior que se encuentra por debajo del agua están los sentimientos de vergüenza, miedo o inseguridad para comunicarse. Estos pensamientos y sentimientos pueden estar presentes en mayor o menor grado en las personas que tartamudean, o no estar presentes en aquellos que aceptan la tartamudez.
La tartamudez es “involuntaria”. Nadie tartamudea a propósito, pues tartamudear es algo incómodo. La tartamudez tiene un origen en el cerebro y una base genética, por ello, debemos darle el tiempo que necesita la persona que tartamudea para hablar. Seamos buenos escuchas.
La tartamudez es “variable”. Si es que conocemos a alguien que tartamudea, hemos podido notar que algunos días habla con mayor fluidez y otros no, o que en determinadas situaciones esta fluidez en el habla varía. Esta realidad no es fácil de sobrellevar para la persona que tartamudea. Si son niños, sobre todo, es una preocupación grande para los padres, quienes no ven en muchos casos por qué sucede. Lo importante en estos casos, sea que la persona
tartamudee poco o mucho, es que estemos atentos al contenido del mensaje más que a la forma como lo expresa.
La tartamudez es “intermitente”. Es por esto que las personas que presentan este disturbio de la comunicación afirman que “tartamudean algunas veces”. De este modo, al hablar, pueden tartamudear en una palabra y en otro momento esa misma palabra puede salir de manera fluida; por ello, no pensemos que lo hacen a propósito. Tengamos presente que no pueden tener un control absoluto de su habla.
En conclusión, aún hay mucho por conocer sobre la tartamudez, lo que sí sabemos es que tiene tratamiento. Mediante un abordaje integral e individual de este disturbio porque “la tartamudez no es igual para todas las personas”, se puede ganar fluidez, mejor control del habla, así como una experiencia comunicativa más cómoda.