La invisibilidad del TEL también hace referencia a la asignación de recursos para su investigación e intervención, en comparación con otros trastornos de menor o similar prevalencia.
Durante mi trayectoria docente con estudiantes de Psicología y de Logopedia, recuerdo un dicho que todos los años repetía al exponer el tema del TEL: para los niños con dificultades en el desarrollo del lenguaje, de los que muchos de ellos desarrollarán TEL, su mejor seguro de vida es que, además, pronuncien mal, tengan problemas de conducta o presenten algunas manifestaciones de aislamiento social. ¿Por qué? Porque, al ser problemas más visibles y aparentes, van a provocar que se les preste más atención y que su intervención sea más temprana e intensiva. ¡Pobrecitos los niños que tienen TEL y nada más que TEL!
Creo que este texto resume con bastante claridad la invisibilidad del TEL, debido a que es un trastorno que puede pasar desapercibido: niño poco hablador, poco interesado en las conversaciones de los demás, aunque, tal vez, esa falta de interés puede obedecer a que no capte adecuadamente lo que los demás dicen, o quieren decir, en su comunicación habitual. En algunos casos, esta invisibilidad puede durar tiempo, incluso años, hasta que se hace necesaria una evaluación profunda del lenguaje para determinar las posibles pausas de problemas persistentes de aprendizaje o de conducta. En este caso nos encontramos con dificultades de lenguaje no sospechadas previamente que, en muchas ocasiones, pueden corresponder a un cuadro de TEL.
La invisibilidad del TEL también hace referencia a la asignación de recursos para su investigación e intervención, en comparación con otros trastornos de menor o similar prevalencia. Valga, por ejemplo, el desequilibrio entre el número de publicaciones que han abordado otros trastornos, como el TEA, y las dedicadas al TEL, que puede llegar a ser 65 veces superior. Lo mismo se puede decir con respecto a otros trastornos del desarrollo, como el TDAH. El TEL sigue siendo un trastorno invisible fuera de la literatura de investigación, al que se le asignan unos recursos claramente insuficientes.
Si esto es cierto para todos los niños con solo TEL, el desequilibrio se va incrementando a medida que van creciendo. En la actualidad, aunque con importantes restricciones, suelen recibir atención temprana y se les sigue atendiendo, con una intervención de mayor o menor calidad, hasta que terminan su escolaridad primaria, que, en muchos casos, se suele prolongar algunos años más de los estipulados. Pero ¿y después? ¿qué pasa cuando tienen que enfrentarse al reto de una educación secundaria obligatoria con unos recursos lingüísticos bastante limitados? ¿qué futuro les espera? ¿cómo será su realización personal? Seguro que la mayoría de los padres y de los profesionales que trabajan con esta población se han hecho estas y otras preguntas alguna vez. De momento, no tenemos respuesta para todas ellas, pero lo cierto es que un buen avance en el estudio y la investigación, así como una intervención de calidad a lo largo de la vida, pueden dar respuesta a la mayoría de estos interrogantes.
En este momento se deberían hacer grandes esfuerzos en el estudio e investigación del TEL y analizar en detalle su relación con otros trastornos, para intentar sacarlo del mundo de las tinieblas en el que, por el momento, sigue inmerso. No obstante, es cierto que en los últimos años se están haciendo esfuerzos importantes para su reconocimiento, aunque siguen siendo tímidos e insuficientes. El emergente asociacionismo de familiares y amigos de niños con TEL está consiguiendo, siempre poco a poco y partido a partido, incrementar el reconocimiento social del trastorno, como paso previo y necesario para que las administraciones se planteen seriamente su estudio y su avance y, de esta forma, logre salir del círculo del olvido y la invisibilidad.
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